Las administraciones de morena son el terrible perjuicio a la decencia, a la corrección, al orden establecido.
Son como pequeñas bestias, como Marías, las del barrio o Marimar, pequeñas bestias sucias, malolientes que encuentran su oportunidad y se transforman, pero olvidan que la sustancia de la vida no la proporciona el dinero fácil e inmediato, si no la genealogía, la herencia familiar y cultural.
Estas personas descuidan su aspecto, porque no les importa verse bien, son obreros con casco sucio y botas mallugadas por sus cargas emocionales de pobreza.
Ese es el problema, su pobreza, un recuerdo permanente de su condición inicial, no han logrado superar sus inseguridades. 
No tienen preocupación por educarse ni superarse intelectualmente, ven a la lectura y a la capacitación como un lastre y aún a pesar de esto, son vanidosos y sumisos a la indignidad de otros.
Son pequeños hongos determinados en una posición que como la maceta, no pasan del corredor. Son muy discursivos, pero cero efectivos.
En fin, no hay remedio con estas personas o bestias.
Mas vale no hacer tratos con ellos, mantenerse a salvo  de ellos.
Nunca imaginé que Carlos Monsiváis, y toda esa parafernalia que le gustaba sobre la forma de ser del mexicano, sería la forma de ser del mexicano pero ahora en su versión burócrata.
Y no tiene nada que ver con la condición de origen, porque personajes ilustres de nuestra historia como Gustavo Díaz Ordaz, pobre de origen indígena, logró buscarse y hacerse su propia suerte, y conduciéndose con profesionalismo, llegó a ser presidente de México, pero sólo por su personalidad determinante de salir adelante de educarse de dar un paso seguro a la vez, la vida recompensa a los que estudian
Qué lástima de López Obrador, que es ser humano tan inmundo, es como la contaminación de los residuos sólidos urbanos, una vez que se derriten, los desechos ya no sirven para ser utilizados y dejan eso si un pestilente y repulsivo olor, que no se va tan rápido y que daña de forma permanente.
Este México no es el México de cuando tenía 12 años, lo recuerdo claramente, había tranquilidad. La ciudad era segura, había calma, los vecinos nos conocíamos, había una especie de amplitud del tiempo, había tiempo para ir al parque. Nos saludábamos cordialmente.
Lloro y me enojo al mismo tiempo, no se que mas puedo hacer, ya hice mucho.
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